Thursday, December 13, 2012

Llovía
Francisco Borrallo Pérez

“Y todo había sido como tiene que ser 
                                                                    el arte, inconsciente, ideal y lejano”.
(El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde)


Nancy Brabson no era consiente del tiempo que llevaba conduciendo, pero el ruido del claxon de un camión la condujo a la realidad. La lluvia caía con la misma intensidad que sus lágrimas, y el ritmo del parabrisas intentaba aclarar su visibilidad. En la radio empezó a sonar la canción The river de Bruce Springsteen. En ese mismo momento le vino a la mente la imagen de su esposo. Miles de preguntas estaban su cabeza, pero no encontraba ninguna respuesta coherente. Era imposible para ella explicar a nadie en el laberinto en el que se había  metido y la confusión mental que sentía. No podía parar de conducir porque no tenía ni idea qué hacer. Era como una hoja que arrastra el agua de la tormenta. No tenía la intención de huir pero qué más podía hacer, que seguir la carretera como ese río que la arrastraba. Solía relacionar a los momentos importantes de su vida con una obra de arte. En esta ocasión, sin pensarlo y, automáticamente después de la imagen de su marido, apareció la imagen en su mente del cuadro El Naufragio de William Turner. Tenía mucho miedo, emocionalmente se sentía en un barco a la deriva contra un mar embravecido.

Podría ser otro semestre más en la universidad para ella, pero este era completamente distinto. Aceptó el trabajo en la Universidad del Norte de Florida, era lo que esperaba durante años, quería dejar los colegios públicos y provincianos. La distancia  de casi dos horas y cuarenta y cinco minutos en coche  desde Tifton, Georgia hasta Jacksonville no sería el problema. La verdad es que su horario no era del todo malo, solo tendría que ir a la universidad dos días a la semana, los martes y los jueves. Su marido y su hijo continuarían en Tifton hasta que su trabajo fuese fijo. Él se graduó en una especialidad medicina y no tenía problema para encontrar trabajo donde fuese. Su hijo terminaría el instituto en Georgia, y luego para el próximo semestre iría a la universidad. Odiaba la ciudad de su marido y solía decir entre-dientes: “tierra de pozos donde nada pasa”; soñaba con vivir cerca de la playa en una ciudad más vibrante, y ahora ese era su momento.

El martes su primer día de clase fue normal, no había diferencia con su trabajo en la escuela pública. Le contó a su esposo una anécdota de una chica que llegó tarde a una de sus clases  con unas botas militares en las manos y completamente mojada por la lluvia. Su marido le  preguntó si le había quitado la falta, y ella afirmó. Inmediatamente después y por primera vez el marido le preguntó: “Es bonita”. A lo que ella sorprendida le contesto: “¿Cómo se te ocurre eso?  Y además, para tu información, es como una espantapájaros, muy delgada, con todo el rímel por la cara y con ropa de punk”. Pero ella mintió, le pareció impresionantemente bonita, una cara muy exótica, el rímel por su cara pronunciaba más sus rasgos faciales y sus ojos. El agua goteaba de su pelo hacia su camisa que transparentaba y marcaba todo su pecho. Pantalones negros, rotos y estrechos que finalizaban en unos pies dignos de una geisha, muy cuidados y pequeñitos, que contrastaba con las grandes y negras botas que llevaba en las manos. Fue la primera vez que como profesora vio a una alumna de manera diferente.

Como dibujante tenía muy buena reputación, pero Nancy quería ser conocida por sus pinturas. Ella estudió varios masters en París.  Para ayudarse con un dinero extra, pintaba retratos y dibujaba caricaturas a la orilla del río Sena cerca del Museo de Orsay. Y llegó a ser popular por sus trabajos con los turistas. Eso sí nunca trabajó en el barrio de los pintores, le agobiaba, ella prefería ver cómo el río corría. Observar las diferentes fisionomías era su hobby y su defecto profesional. Amaba averiguar los orígenes de las personas por sus rostros, posibles mezcla de razas. La alumna la tenía obsesionada. No podía averiguar por su rostro  y piel de donde podía proceder, eran tantas las razas posibles o quizás una raza tan pura y desconocida para ella que no  tenía ninguna certeza en poder averiguar sus orígenes. La chica como alumna era solo una superviviente, como persona era toda una líder.

Después de un mes, yendo y viendo, su coche, que empezó a darle problemas, tuvo la generosidad de no estropearse en la carretera pero sí en los aparcamientos de la universidad.  Después de hablar con su esposo, el plan elegido fue arreglar el coche y pasar la noche del martes y miércoles en un motel en Jacksonville. Cuando terminó sus clases y en medio de una fuerte lluvia se dirigió hacia la parada  de autobús. Un deportivo negro se acercó y una voz gritó  desde adentro: “¡Pero es que no piensa montarse!”.  Era su estudiante. Nancy le contó sobre su coche y le dijo hacia donde se dirigía, pero la alumna no tenía intención de llevarle al motel, sino a su apartamento de lujo. La alumna sabía como manejárselas con las personas de su edad, tenía conversación y arte para saber qué es lo que pasa por la mente de un hombre o una mujer de su estilo. Esta chica supo seducirla con  su conversación, ingenuidad y picardía. Pero además le secó la ropa, le preparó un caldo caliente, un baño sofocante y como no, una noche ardiente. Afuera llovía intensamente y los truenos hacían la velada más intensa e interesante. Era como estar en un jardín secreto y con un trato distinto al acostumbrado. Se sentía interesante y mágica. Nancy pensaba que estaba viviendo un sueño, una fantasía, que nada era real. Las estrías, celulitis y comienzos de flacidez de su piel, parecían que habían desaparecido como su propia realidad. Quería volver a su realidad pero al mismo tiempo quería que aquella situación nunca acabara; porque estas nuevas sensaciones y  emociones eran intensas, nuevas y  distintas.  Se estaba auto descubriendo con la ayuda de su alumna.  Por otro lado, la joven actuaba con la naturalidad de hacer lo mismo frecuentemente. 

La chica salió temprano para sus clases, y ella cambió la intención de ir a un motel por la idea de quedarse una noche más en ese apartamento. Durante el día el recorrió la ciudad, fue a un café, a  una galería de arte y llegó a tiempo para preparar una cena. Quiso estar muy ocupada para no tener tiempo de pensar fríamente lo que estaba ocurriendo. Todo el día estuvo lloviznado, pero al final de la tarde parecía que el sol volvía a salir.  La chica volvió, le llamó por el megafonillo de la puerta y le pidió que le ayudara a subir unas bolsas. Ella bajaba las escaleras saltando como si tuviera veinte años menos. Después de pasar la puerta del apartamento y después de dos tórridos besos… la policía interrumpió la escena romántica rompiendo la puerta. Y gritando: “Desde este momento todo lo que diga puede ser utilizado en su contra, queda detenida por posesión de drogas y por mantener relaciones con una prostituta”.

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