Thursday, December 13, 2012

Una danza de la playa
Jessica Budke
La brisa traía hojas crujientes y naranjas que habían descuidado los árboles. El aire era fresco dejando solo el sol para calentar la tierra. El mar comenzó a oscurecer esta época del año, como si la luz interior se hundiera más y más en sí misma, sosteniendo sus secretos hasta los meses de verano, cuando la risa de los niños y las salpicaduras calientan las olas.

Donde las olas besaron la arena una mujer caminaba. Su pelo largo y oscuro tratando de escapar con la brisa pero no queriendo abandonar una cara tan encantadora. Su falda ondeaba hacia atrás y hacia adelante atrapado en una tormenta de viento y arena. Exigió la atención, era un reconocimiento de un momento de la vida y la belleza interior. Uno casi ni se daba cuenta que no estaba sola. Parecía navegar por la arena con movimientos como el aire respirando viento.

Él piso la tierra fuerte con pasos pesados que dejaron un rastro profundo, hundido en la arena, dejados ahí para que el mar los limpiara. Ella era joven, uno se imagina que su alma era libre. Y él era viejo y abrumado por el peso de la vida, como un barco que se hundió por una tormenta que no se podía navegar.

¿Quién era él para ella? El sol atrapó una mirada al diamante en su dedo causándolo ardor a los ojos de cualquiera que estuviera mirándolo. El diamante enredado en sus dedos mientras sostenía la mano del hombre. ¿Su padre? No, la mano estaba tejiendo demasiado deseo en el otro, con tanta intensidad y anhelando tener más. ¿Su marido o su amante? Pero ella es tan bella, tan llena de vida. Su existencia es una canción de las historias y memorias ligeras y su movimiento tan fluido como el de las sirenas.

Tal vez se casó con él por su dinero, una mujer sacrificando el amor para obtener seguridad, disfrutando en estos momentos de libertad que sienten los jóvenes en el aire salado, poco dispuesta a dejar pisadas en la arena al lado de los de él, dispuesta a dejar al mar lavar su existencia.
Quizás el amor está más allá de la edad y ella baila mientras camina para disfrutar de los momentos prolongados que tiene con él. Forzándolo a beber la arena y el aire, obligándolo a recordar que la edad es sólo algo que se siente, que superar el entusiasmo por la vida es permitir que el alma se arrugue.

Tal vez ella es una sirena una criatura cambiando su cola por piernas para pasar los años con su marinero antes de regresar al mar.

Tal vez estamos destinados sólo a preguntarnos, a observar el mundo que nos rodea y dejar que nos inspire. Quizás el amor no es para entender, sólo para sentir.

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